domingo, 29 de agosto de 2010

situaciones

El mundo parecía caersele encima. El peso en su pecho equivalía a toneladas de dolor hechas plomo. Alrededor las risas se multiplicaban y su cara respondía con sonrisas amenas y discretas. Todo era nada. Nada, ese día, era todo.
Llegó y se sentó en el pasto sin ganas de mucho. Con fuerzas para poco. Uno a uno lo abrazaron y lo palmearon. El respondió, cada palmada, cada abrazo. En cada uno de ellos dejó un pedazo de plomo. En el último, el que cerró la fila, dejó el final. Su pecho ahora, estaba libre.
Para eso son los amigos. Para repartir pesos y que nada llegue a ahogarnos más allá de lo soportable.

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