lunes, 9 de agosto de 2010

Saber callar

Pensaba, como demasiadas veces, que es lo que nos ocurre interiormente cuando nos quedamos sin palabras. Quién diga que no le ha sucedido es que miente o que no siente. Esperemos, por su bien, que mienta.
Empecé entonces la reflexión en busca de esos momentos incómodos en lo que quiénes hacemos del decir un bien preciado nos quedamos mudos ante otros. En mi caso suele sucederme seguido ante lo inesperado. Pero mi reacción es peor que el silencio. Suelo, inconscientemente, desvariar hacia donde no quisiera, tratando de llenar un espacio que mejor hubiera sido dejarlo así, vacío, silencioso.
Por ejemplo, ante los halagos suelo buscar algún chiste que me saque de la incomodidad (creo que esta palabra ha sido inventada recientemente). Alguien más sabio que yo, ante mi sucesión de palabras vacías me dijo: con decir gracias alcanzaba. Y me enseñó, creo sin quererlo, una nueva forma de actuar.
Increpado, alguna que otra vez, busqué en la superación una forma de escapar. De distraer la atención de quién me había sacado de lugar. Allí, digamos, había también un ánimo de inferioridad incómoda que intenté resolver mostrándome más fuerte de lo que siquiera soñaba ser. Alguien más sabio que yo me demostró, luego, que callar en esa situación era, también, la mejor solución.
Es que mucho tiempo creí eso de que "el que calla otorga". El devenir de la vida me ha demostrado que otra frase se le antecede a esta. Mucho más verdadera, quizás también más justa con las debilidades humanas.
"Cuando hables, procura que tus palabras sean mejores que el silencio que romperás"
Esperemos saber callar en la próxima incomodidad.

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