viernes, 6 de agosto de 2010

Desde las profundidades...

...de su incansable mochila viajera nos trajo este texto. El que siempre está nos comparte algo que no es suyo, pero suyo es decubrirlo:


Un mal jefe resulta indeseable en cualquier nivel de la escala social. En las cumbres más altas, no solamente puede ser causa de molestias determinadas, sino tambien de desastres de caracter general. El cuerpo político está expuesto a dos enfermedades graves: la locura y la estupidez. Cuando personas como Sulla o Napoleón asumen funciones de cerebros sociales, las colectividades que dirigen sacumben a alguna insania. La enfermedad mas general es la paranoia. Por ejemplo, casi todos los dictadores contemporáneos padecen en forma aguda de delirios de grandeza y de persecución. Con demasiada frecuencia, el loco "Rey Cigueña" es reemplazado por el Rey "Leño" cuya inactividad y deficiencia desesperan, cuya imbecilidad infecta a todo el cuerpo político. Los imbéciles se alzan hasta el poder, sea por derecho hereditario o, cuando el sistema de designación es electivo, poruqe están dotados de algunos talentos de carácter demagógico, o muy frecuentemente porque a algunos intereses, que son poderosos dentro de la colectividad, les conviene tener un imbécil en funciones. En la mayor parte de las sociedades modernas se ha abolido el principio hereditario en lo que a la política se refiere; ya no se les permite a idiotas gobernar un país tan sólo porque la sangre les confiera ese derecho . Sin embargo, en el mundo de la industria y de las finanzas, el principio hereditario se admite todavía; los tilingos y los borrachines pueden ser por derecho divino directores de compañias. En el mundo político, podrían reducirse sensiblemente las probabilidades de que bajo sistemas electivos se designasen dirigentes imbéciles, si se impusiesen unas cuantas de esas pruebas de aptitud intelctual, física y moral que se le exigen a los que pretenden cualquier ocupación de otra clase. Imaginemos la grita que se levantaría si los directores de hoteles tuviesen que tomar personal de servicio sin exigir certificados de los empleadores anteriores, o si los capitanes de alta mar fuesen elegidos en las tabernas, o si las compañias de ferrocarriles confiasen sus trenes a maquinistas con arterioescierrosis o trastornos prostáticos, o si se contratasen los servicios públicos o se les permitiese ejercer a los médicos, sin exámenes previos. Y sin embargo, cuando están en juego los intereses de naciones enteras, no vacilamos en confiar la dirección de la cosa pública a hombres de mala fama notoria, a hombres entregados al alcohol, a hombres que estan tan viejos y tan enfermos que no le es materialmente posible realizar su tarea, ni tan siquiera entender de lo que se trata, a hombres incapaces y hasta sin educación. Prácticamente, en las actividades de cualquier otro hombre, ya se ha aceptado el principio de que nadie puede ser admitido a desempeñar funciones que impliquen responsabilidades sin haber rendido exámenes satisfactorios, sin haber demostrado tener la salud necesaria, sin acompañar testimonios bastantes de sus condiciones morales; y aún así, sólo se concede el empleo con la condición de que será renunciado tan pronto se haya llegado a los umbrales de la vejez. Si se aplicasen a los políticos estas precauciones rudimentarias, podríamos filtrar nuestra vida pública, liberándola de buena parte de esa estupidez satisfecha de sí misma, de esa autoritaria incompetencia senil, de esa deshonestidad manifiesta que actualmente la contaminan.

Aldous Huxley

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