jueves, 29 de julio de 2010

Un poco de nada

Abrió los ojos y miró a través de la ventana. Llovía insistentemente suave. El vidrio del ventanal estaba empañado por el frío de afuera chocando con el calor interno, producto de la calefacción de la casa. La cama, en cambio, seguía fría. Así había quedado hacía tiempo. Siguió con la mirada perdida en el vidrio empañado. Sintió, como todos los días, la ausencia. Pero no era la misma. La de siempre. Era otra, más fría, más vacía, más falta de sentido.
A veces pasa. Hay sensaciones con las que creemos tener que vivir toda la vida. Parece que nunca se irán y, sin embargo, hay un día en el que ya no están. De golpe, como quién no quiere la cosa, desaparecieron. Eso le ocurría. Lo que molestaba ya no jodía tanto. Estaba, es verdad, pero no como antes.
No se atrevía a afirmar que ya no la extrañaba pero esa sensación de ausencia que venía experimentando en los últimos meses era clara que no estaba. Como por arte de magia se esfumó. Puso los pies sobre el tibio azulejo y caminó unos pasos. Giró su cabeza y miró la cama. No la vio tan triste. En ese instante entendió. El duelo había terminado.

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