viernes, 30 de julio de 2010

algo más de nada

Sin más nada que hacer se alejó. Entendió el mensaje y aunque no quiso aceptarlo tuvo que hacerlo. Soltar la mano y dejar que se fuera. Había pasado demasiado tiempo intentando hacer que la cosa cambiara. Demasiado no siempre es mucho, eso depende de quién y cómo lo viva. El tiempo, el nuestro, el vivido, pocas veces se parece al que las agujas del reloj marcan. Una espera de minutos puede ser una eternidad. La eternidad, a su lado, podía ser nada.
A veces las cosas no resultan como uno quiere y debe entender que queda poco margen para cambiarlo o evitarlo y es mejor alejarse. Antes sintió por última vez sus labios, que no fueron los de siempre. Esta vez no tuvieron alegría sino tristeza. Sabor a derrota y despedida.
El quería decirle lo que le pasaba. Contarle lo que su cabeza fantaseaba. Que los había imaginado juntos. Haciendo muchas y diferentes cosas. Que soñaba con ella a diario. Y no solo al dormir. Despierto también. Pensaba estrategias, las vivía en su cabeza, las evaluaba y las desechaba. Todas incluían presionarla y él no lo quería. No podía ser uno más. Ser igual. Además no era él si lo hacía. Así, dejaba ir cada idea que diseñaba. Todas parecían locas. Las callaba, las guardaba para dar libertad, aire, respiro.
Alguna vez había leído que no había peor manera de extrañar a alguien que tenerlo sentado a tu lado y saber que nunca será tuyo. Sintió ahora que esas letras se hicieron piel, carne, cobraron un sentido que antes no tenían. Si había pasado por una situación parecida, no era igual. Nunca, en verdad, son idénticas.
Decidió entonces, con todo consumado, separarse de lo que nunca tuvo. Dejar lo que nunca fue de él, aunque por momentos se hubiera confundido. Al darse vuelta y empezar a caminar empezó a buscar el lugar donde poner lo que nunca pasará.

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