jueves, 8 de julio de 2010

Muerto el perro….¿se acabó la rabia?

“El olor a mierda tiende a quedarse en el aire, le cuesta irse, no es como cualquier otro, a veces hasta puede perseguirte”, solía decir un viejo conocido que vaya uno donde andará. Cada tanto, con ciertos sucesos, la realidad me obliga a recordarlo.
Hace unos días Jorge Rafael Videla, Presidente de la Junta Militar que gobernó el país entre 1976-1982 –para que abundar en lo que significan esos años-, habló por primera vez en un proceso judicial desde el retorno a la democracia. Había pedido la palabra y el juez se la negó, aduciendo que tenía que esperar su turno. Qué será lo importante que este hombre dirá a todos los Argentinos, luego de tanto silencio. ¿Pedirá perdón?
Cuando por fin le dieron voz al que se encargó de callarla lejos estuvo de pedir disculpas o mostrarse arrepentido. Justificó todo lo actuado durante la última dictadura militar aduciendo que se encontraban en una guerra interna contra “la subversión apátrida”. En sus palabras y lejos de verse viejo y cansado, como adujeron tantas veces en su defensa, dijo que sus subordinados sólo se limitaron a cumplir sus órdenes. De esta manera, expiaba sus culpas. Él, también, obedecía órdenes firmadas durante la ¿democracia? anterior por Italo Lúder. Hubiéramos preferido que siga mudo, como hasta hace nada, porque de esta manera se confirma lo que todos temíamos, que el pasado no es tan pasado. Que el odio que sembró el terror sigue vivo, latente, esperando agazapado volver a dar el zarpazo.
La inteligencia militar, además de ser términos contradictorios, a veces es asombrosa. Porque con que a uno sólo le digan lo que tiene que hacer, parece que eso no conlleva ninguna responsabilidad al ejecutar el acto.
Además de la frase de mi viejo conocido se me vino a la cabeza una escena de la película “El laberinto del Fauno”.
En ella, un militar franquista le ordena al médico del campamento –republicano haciendo las veces de doble agente- mantener vivo a un prisionero que estaba siendo torturado más allá de los límites imaginables para una mente sana. Al acercarse, el médico ve al joven y su sufrimiento y le da algo para terminar con tanto dolor. El general, al darse cuenta de lo sucedido increpa al profesional de la salud pidiéndole –indignado- explicaciones ante la desobediencia. El médico, tranquilo y sabiendo las consecuencias de sus palabras le responde con naturalidad:
-Eso de obedecer por obedecer, sin cuestionarse, es sólo para gente como usted general.
Un tiro por la espalda silenció al único valiente del lugar.

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