Su cara estaba toda cuarteada por los años. Se le veían en los surcos de las arrugas el paso de la vida. Sufrida. Pero llena de amor y alegría. Por momentos desvariaba. Por otros no, aunque pareciera. Las lágrimas le recorrían serenas todo el rostro, una a una, cuando pensaba en ella. No cambiaba de gesto, sólo lagrimeaba. A los segundos volvía a sonreír, que era lo que mejor hacía. Los demás, a su lado, la disfrutabamos.
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