viernes, 21 de octubre de 2011

Un poco de nada/56

Aquella noche se dejó vencer. Ella soltó una lágrima que mi dedo acompañó para que no vaya donde no debiera ir. Fue aquella sola lágrima la que me dijo que ya se había quedado sin voz. Adentro los sueños reventaban contra los miedos que los frenaban y silenciaban. Ambos, miedos y sueños, deseos y deberes, se revolcaban en una lucha sin fin de la que, usualmente, nadie tenía noticias. Su boca ya no podía contar lo que adentro le pasaba y su cuerpo empezaba a ayudar. Sus ojos, sus brazos, hasta su pelo revuelto contaban alguna verdad que, ella, ya no sabía como liberar. En esa lágrima pérdida, quizás, estaba su primera verdad. Sin darse cuenta, había llegado a un punto donde no podía más. Pero en el diccionario de su realidad, la palabra ayuda no existía en primera persona.

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