viernes, 21 de octubre de 2011

Un poco de nada/57

La noche asfixia con su soledad. La mañana asusta cargada de posibilidad. Entre tanto yo no se que hacer. Entonces, aparece una amigo. Y ya no quedan dudas, me voy con él.

Un poco de nada/56

Aquella noche se dejó vencer. Ella soltó una lágrima que mi dedo acompañó para que no vaya donde no debiera ir. Fue aquella sola lágrima la que me dijo que ya se había quedado sin voz. Adentro los sueños reventaban contra los miedos que los frenaban y silenciaban. Ambos, miedos y sueños, deseos y deberes, se revolcaban en una lucha sin fin de la que, usualmente, nadie tenía noticias. Su boca ya no podía contar lo que adentro le pasaba y su cuerpo empezaba a ayudar. Sus ojos, sus brazos, hasta su pelo revuelto contaban alguna verdad que, ella, ya no sabía como liberar. En esa lágrima pérdida, quizás, estaba su primera verdad. Sin darse cuenta, había llegado a un punto donde no podía más. Pero en el diccionario de su realidad, la palabra ayuda no existía en primera persona.

Un poco de nada/55

Quería contarte que soy feliz, pero tu no estás a mi lado. No se en que brazos estarás recostada o si tan solo tu cabeza posa sobre la almohada sin nadie más acompañando. Pero quería contarte que soy feliz.

Un poco de nada/54

La miré fijamente durante un rato largo. Todavía mis labios no habían dejado emitir sonido y ya sentía que le había contado todo. Le había hablado de lo lindo que puede ser la vida cuando uno se encuentra en un corazón ajeno, cuando siente que allí tiene lugar para anidar y aprender a volar. Le había dicho, también, de lo triste y difícil que puede ser el camino pero que siempre, si se está bien acompañado, existe el desvío que nos lleva de nuevo a la sonrisa, a la felicidad. Le había contado que muchas noches antes de conocerla la había soñado. La había pensado. Le había hablado y contado esto y más. Muchas noches había dormido con ella, aunque ella, en verdad, no se hubiera ni enterado.
La miré fijamente un rato mientras ella se marchaba.

domingo, 16 de octubre de 2011

Un poco de nada/53

Juan era un chico como cualquier otro. Su vida iba entre nadas y todos, entre llenos y vacíos. Tenía los desafíos de cualquier mortal y los problema de todos los que no sobresalen a la historia que los rodea. Juan, por decirlo, era uno más. No se sabía más que nadie, se creía menos que todos. Me lo encontré en una tarde caminando por el mismo lugar en el mismo instante. Y me paré a hablarle.
Creía que nuestra charla iba a ser una tranquila puesta a punto de las cosas que en la vida importan poco y nada. Trabajo, salud y esas cosas que uno habla con quien no tiene mucho que hablar. Conocidos en común, que habían sido dejados de ver por algo, pero que igual mostraríamos interés.
Y la conversa fue nomas por esos lugares. Hasta que Juan me miró y sin decir más me dijo:
-¿Sabes que me pasa? Porque me preguntaste cómo estaba, entonces te voy a decir. Tengo miedo loco, en serio, tengo mucho pero mucho miedo. Todo el día. A la mañana, a la tarde y sobre todo a la noche. Me acompaña a todos lados, se mete conmigo al baño y el agua no lo aleja. Viene a trabajar conmigo y me espera sentado en la mesa para cenar. Desayuno miedo y ceno miedo todos los días.  Tengo miedo a toda hora y en todo lugar. Nunca me detengo en esto de temer. 
Sorprendido, no tuve reacción a preguntarle por qué o a qué le temía tanto. 
-¿Y cómo hacés para estar así parado con tanto miedo?- le solté timidamente
-Es que también tengo mucho miedo a que se den cuenta que tengo miedo- me dijo y agregó: Eso no me permite quedarme quieto, tengo miedo a que los que me rodean me pregunten, y tener que decirles que tengo miedo. Y me da terror pensar en ser feliz. Pero también le tengo miedo a no ser feliz. Enonces, entre tanto miedo, me estoy olvidando de vivir.

lunes, 10 de octubre de 2011

Un poco de nada/52

Me hablaron de él en una noche de calor. Ese día salió temprano de donde estaba. Fue hacia donde nunca había ido. Allí buscó lo nunca había tenido, lo que siempre había querido. Se sentó y esperó. Al poco tiempo, ella lo encontró. Ella, la incansable, la que nunca descansa, apagó los ecos de sus pensamientos de una vez y para siempre. Sus párpados no volvieron a abrirse. Allí, encontró la paz que siempre buscó. Él nunca se enteró. Quien busca la ausencia de dolor, pensé al escuchar su historia, busca la muerte del corazón. Querer vivir sin dolor es cómo dejarse morir. Sobrevivir al dolor y convertirlo en algo más, es encontrar la verdadera razón al despertar de cada día.

Un poco de nada/51

Esperando a que amanezca, continuó una y otra vez buscando lo imposible. Sentado, a oscuras, intentó callar los pensamientos para que hable el resto del cuerpo. La razón, a veces, es indomesticable. Hace y deshace a su gusto y placer. Preso de ella busca el verdadero por qué a lo que le pasa. Una lágrima surca sus mejillas. Con sus dedos la seca temeroso de que sea vista. Está solo. Igual, la seca. A oscuras, abre los ojos de par en par para ver. Su cara, impaciente, se le presenta. Le habla y le explica, lo que piensa y lo que siente. Le cuenta que no es tan feliz. Le dice, que sabe que va a serlo, aunque no sabe ni cómo ni cuándo. En un parpadear, ella se va. Y siente el alivio de haber hablado esta vez. De no haber callado. Haberse escuchado lo ayuda a sentir. Sin quererlo, escuchándose a si mismo, ha dejado de pensar. El sol ha comenzado a colarse por las rendijas de la persiana. Ha llegado el momento de salir.