viernes, 16 de septiembre de 2011

Un poco de nada/48

La lluvia que caía intensa no alcanzaba para lavar sus lágrimas, que corrían por ese surco tantas veces visitado por mí. Ahora, lo sentía lejano, como de tantos, pero no mío. A pesar del agua, del viento, nos manteníamos firmes mirándonos, hablándonos sin más que con los ojos. Ambos, sin saberlo, buscábamos la misma explicación. Ambos queríamos saber en qué momento matamos a eso inmortal que sentíamos haber creado.
Me di vuelta y caminé, sin adioses ni finales alargados por abrazos que sin querer suelen matarnos. A los pocos metros frené y comprendí, que lo bueno de esto es que nada sea eterno. Que tengamos que cuidarlo aunque pensemos que nada podría ser capaz de arruinarlo arruinarlo. Aunque doliera, esta vez, lo había perdido. Y allí iba. Caminando a las noches tristes y mañanas vacía. Allí iba, a un nuevo mundo por llenar. Allí iba, muriendo, pero a la vez naciendo.

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