Se encontró hablándole una vez más. Como tantas otras. En cualquier lugar. En donde sea. El baño, la cama, el subte, la oficina. No hacía falta que sea domingo, martes o jueves. Cualquier momento podía encontrarla conversando con él. De todo y de nada. Le explicaba. Le daba las razones. Le pedía consejos.
Miró hacia donde todo se termina. El celeste que es todo y es nada. Ese cielo tan hermoso y tan maldito. Que da vida y la quita. Que embellece y entristece. Casi sin voz, con las cuerdas vocales cortándose de tanto gritar para adentro alzó su grito mudo:
-Esto si no te lo entenderé. Esto no debe ser.
Poco antes sus manos habían soltado las de él. Las de quién de ella había nacido.
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