miércoles, 21 de abril de 2010

Solo y de noche 2 - Sanguíneos/1

¿Dé donde viene el amor hacia nuestra sangre? ¿De dónde proviene ese cariño sin explicación? Si uno ama por cuestión de herencia genética, entonces, porque se enamora de un desconocido. Son dos caminos posibles y diferentes hacia el amor entonces. Uno, el segundo de ellos, tiene cimientos claros. En este caso, el ser amado, nos sorprende y nos expone y eso, a veces, resulta imperdonable. Cómo no sentir algo puro por aquel que nos deja en esa situación irremediable de tener que sonreírnos casi inexplicablemente –digo casi, si, porque entendemos que “admiración” es una buena forma de ilustrar el por qué de ello- a cada palabra pronunciada. Allí apoya su amor, diríamos. En esa mutua generación de situaciones que nos producen sentimientos hacia el otro. En ese ir y venir de complicidades. Ese compromiso implícito de mantenernos interesantes hacia el otro. De sabernos incompletos y tratar, de que esos huecos, permanezcan donde no se vean. Como cuevas que el mar tapa en su crecida y deja al descubierto solo un rato al día, para que sólo las encuentren aquellos ávidos buscadores de lo profundo.
Entonces, cuando esos pactos implícitos se dejan de lado y no son retroalimentados por ambos o por alguno de los pactantes, el amor empieza a tambalear, simplemente porque aquello que le dio vida y lo sostenía empieza a derrumbarse, por el paso del tiempo, simplemente, o la desidia de aquellos encargados de cuidarlo.
Ahora, de dónde proviene el otro amor. Aquel que no tiene pactos de complicidad. Ese referido a nuestra sangre. Ese que te estremece diferente al ver el bebé de un hermano a cualquier otro bebé.
Ese que te dice que el hombre que te está criticando e insultando jamás te haría daño y daría su vida por vos. Quién lo siembra? Quién lo riega para que nosotros luego lo cosechemos? De dónde proviene esa irracionalidad?
Entonces, si llega sin explicación, cuándo se muere? Cuándo se va? Tiene fin?

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