martes, 27 de abril de 2010

Sanguíneos/2

Hace poco tiempo me preguntaba donde moría, cual era el fin del amor sanguíneo. Ese inexplicable sentimiento que surge hacia quienes nos dieron la vida. Hace unas semanas encontraba en el semanario “Miradas al sur”, espacio gráfico oficialista dirigido por Eduardo Anguita, una nota a Vanina Falco, hija de Luis Falco, miembro de la Policía Federal durante la última dictadura militar. Luis Falco fue quién se apropió de Juan Cabandié, el nieto Nº 77 recuperado por las Abuelas de Plaza de Mayo y lo crió como su hijo adoptivo, “haciendo notables diferencias con su hija biológica”.
La historia de Juan Cabandié, hoy legislador porteño, es fácil de rastrear y es otro caso más de recuperación de identidad, esa maravillosa verdad que sale a la luz descubriendo las mayores miserias humanas, relacionadas con la tortura, asesinato y secuestro de bebés.
Pero lo que se destacaba en esa nota, más allá de todo lo que pudieran contar sobre su crianza era algo que Vanina decía con total naturalidad. Su padre biológico, con todos sus defectos –su violencia y su maltrato- era su padre, como decimos siempre. Y eso la tiraba a quererlo más allá de todos sus defectos. Hasta que la verdad salió a la luz. Hasta que se supo lo que había hecho. Cuando fue claro que su violencia y maltrato no eran solamente los retos a un chico o chica traviesa. Que torturó. Que asesinó. Que secuestró. Que desapareció. Que la misma mano que los arropaba por la noche durante el día metía picana en cuerpos desnudos e indefensos. Ella, en el juicio contra este hombre ahora desconocido, confirmó los dichos de su hermano –no biológico- y declaró contra su padre biológico. El amor construido, compartido, regado a diario, surgido del compartir, de la complicidad, se impuso sobre el que venía dado genéticamente.
Ese horror. Esa verdad. Esa crueldad. Todo eso alcanzó para borrar del mapa sanguíneo el amor que se podía tener. Los monstruos no pueden ser amados. Todo ese sentimiento inexplicable por quienes nos dieron la vida se muere, se apaga ante eso. Ante el horror. Ante la verdad desnuda de que esa persona quiso más la muerte que la vida.
Encontré entonces, la respuesta que buscaba.
Ese inexplicable amor que sentimos, muere, tiene fin, se apaga, ante el horror, la crueldad, la mentira extremas.

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