martes, 13 de diciembre de 2011

Un poco de nada/62

Me lo encontré caminando una tarde de sol en una plaza. Hacía tiempo que no lo veía. Lo vi venir a lo lejos y lo reconocí. En los metros que le llevó acercarse a donde yo estaba sentado no levantó la cabeza del piso. Sus pies se arrastraban por el piso, casi sin depegarse. Sus hombros apuntaban directo al cemento. Cuando estuvo al alcance de mi voz le grité. Alzó la cabeza, me miró y sonrió de compromiso. Sus comisuras se estiraron de manera automática, pero claramente no expresaban una felicidad desbordante por el encuentro. Luego de los saludos de cordialidad y el repaso por nuestros meses sin contacto me soltó, casi sin pedírselo, el motivo de su desgano.
-Es que estoy perdido, ya ni se que día es. Hago todo eh, ojo, no me pierdo de nada. No es que estoy encerrado en la cama llorando. Pero es como que la vida perdió sabor. La espero, aunque nunca llega. La siento, aunque la tengo lejos. La veo, aunque esté solo. Si tan solo quisiera hacerme feliz como yo a ella. Pero no puedo obligarla, no se lo puedo pedir. ¿Entendés?
Antes que le responda me dio un beso y se despidió, pero al alejarse me dijo:
-Perdoná que te deje, pero ahora que te hablé de esto tengo la sensación que vas a intentar consolarme y decirme que la olvide, que no puedo estar asi y no disfrutar de otras cosas por ella, que no vale la pena. Y la verdad es que no quiero escucharlo. Quizás, en el fondo, quiera estar así. No vemos.

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