martes, 17 de julio de 2012

Un poco de nada 94

Miedo. A ser felices. A no conocer la felicidad. A la compañía. A quedarnos solos. A lastimarse por querer. A no saber querer. A salir. A quedarse adentro. A vivir. A morir. Al dolor. Al amor. Miedo a pensar que tenemos miedo. Miedo a dejar de pensar. Miedo. Y después nada.

Un poco de nada 93

Sueñas despierta que viene a buscarte, te toma de la mano y te lleva a pasear. Por jardines verdes, con agua que brota de a montones a tu lado, refrescando el aire a tu alrededor. Con los ojos cerrados sientes su boca ahogar tus deseos. Sueñas y sueñas con pasear por nubes de placer. En cada sueño te desvives en perfecciones que los dioses temen permitir. Por más que nunca venga, no dejes de soñar.

Un poco de nada 92

A dónde ir a buscar la felicidad. Me lo pregunto a veces. Cosas raras que mi cabeza ingenia para no dejarme dormir. Cuando se me pierde algo y no puedo encontrarlo generalmente opto por dejar de buscarlo, y que aparezca cuando se le de la gana. Si lo perdí, es porque no lo cuide lo suficiente. Entonces, algo en mi estaba dispuesto a dejarlo ir. Con la felicidad muchas veces pasa lo mismo. Se nos pierde, sin querer queriendo. O nos perdemos nosotros, en cosas sin sentido que nos llevan siempre a los mismo lugares, repetidos, cansados, aburridos. Ahí es cuando hay que dejar de buscarla. Sentarse, tomarse un vino que acompaña un pan casero con un queso, también casero. Mirando el horizonte, dejando de preocuparnos por ser felices, ella, impaciente por invitarnos a bailar, nos encontrará. Y entonces, deberemos cuidarla un poquito mejor. Y si la volvemos a perder, a no inquietarnos, que a la vuelta de la esquina estará esperando, para asaltarnos y desnudarnos de los problemas.

Un poco de nada / 91

Tiene no más de 10 años y mucho de nada. En su cara, colorada y con la piel quemada por el frío, se nota la ausencia de todo. En sus ojos, cansados, se deja ver el día entero caminando de vagón a vagón, siempre bajo tierra, sin ver la luz del sol. Estira su mano, sin decir nada, con la mirada fija en su interlocutor, en busca de una respuesta que confirme su existencia.
Él va bien abrigado. Se nota que no le falta mucho de nada. Juega con su celular y su cara está pálida, cubierta por una bufanda que ahora descansa en su cuello. Seguramente le preocupa la restricción del ahorro en dólar, los mineros chilenos y la crisis europea, aunque ésta le saca alguna sonrisa porque le resultará más barato su próximo viaje. Debe discutir seguido con su gente de lo inseguro que está este mundo por esos inadaptados que se vengan de su bienestar y viven de lo que el estado les da.
No entiende por qué, esos otros que viven quien sabe donde, le tienen rencor a él, que lo único que hace es trabajar y pagar impuestos.
La mano de uno se estira. Del otro lado, sólo recibe indiferencia y una mirada vacía. Él sigue caminando con sus ausencias a cuestas, en busca de otra mano que le confirme su existencia, que le diga que no es un espectro que camina por los subtes de la ciudad sin que nadie lo vea.
¿Cómo reaccionaríamos ante alguien que nos niega el saludo? Por suerte para el que tiene todo lo que no hace falta, quien estiró la mano tiene tan menos de 10 años.