martes, 1 de noviembre de 2011

Un poco de nada/58

José Antonio Pradares vino a Buenos Aires desde Brasil, hace 45 años. Ayer, cumplió 49. Sin embargo, desde que lo conozco me habla de las playas de Río. Escucha samba y cuando está nostálgico pone algo de Vinicius o Caetano. En estos 45 años que pasó viviendo en Almagro nunca salió del país. Pero el sigue sintiendo que su patria es otra, que no es de aquí, aunque yo no me animo a afirmar que sea de allá. Pocas veces cruzó la General Paz. José, desde que tiene recuerdo su memoria, lo único que hizo fue laburar. El primero de los trabajos se lo consiguió un amigo, él lo suele llamar Ruso, nunca dijo su nombre verdadero. Fue repartiendo promociones por las casas, pero se aburrió rápido y le pidió al gallego que le de un puesto en la imprenta. Eso fue a los 20. Ayer, cuando lo fui a saludar, estaba fumando un pucho en la puerta de la imprenta.
-Feliz cumple Pelé -así le decimos cuando lo queremos torear- Cada día más pendejo, debe ser la negritud.
-Andá a cagar pelotudo.
-Che, no te me vas a enojar.
-Lo que me enoja es no poder estar allá, con los míos. ¿Sabés que lindo estar tomando una cervecita bajo el sol, frente al mar?
-Pero dejate de joder con eso querés. ¿Cuánto tiempo más vas a estar con eso de que tu casa es Brasil? Vos sos más porteño que Artl, José.
Me di cuenta, cuando dije su nombre, al final de mi oración, que no le había gustado un carajo. Aunque parezca mentira, en los 15 años que lo conozco es la primera vez que le decía eso. Y el negro lo sintió, porque le surgió la necesidad de explicarme.
-Pero que vas a saber lo que es vos. Si nunca te fueron de ningún lado. No entendés, no lo vas a poder entender nunca. ¿Vos te pensás que uno es de donde pasa más días? ¿Dónde hiciste más cosas? Sos grande para que te lo tenga que explicar, pero lo voy a hacer igual. Allá quedó el sueño de mis viejos, mis abuelos. Los rajaron a patadas de su casa. Yo me crié acá, a los ponchazos, como pude. Me enamoré y la cagué. Llegaron mis hijas y ya no me pude ir nunca más. Pero si yo me olvido, si dejo de nombrar los traiciono a ellos. Los estoy cagando, a su sueño de volver que nunca pudieron cumplir. Si hubieras visto la cara, su cara cada vez que contaba de la playa, la casita en la favela. Si la hubieras visto - hizo una pausa larga. Desde lo más profundo de sus ojos escapó una lágrima rebelde y con la voz entrecortada siguió como pudo: estoy seguro que entenderías. Pobre viejo, se murió sin volver a ver su mar. No me puedo olvidar, no puedo ni quiero. Aunque parezca un loco, moriré como el loco que nunca bajó los brazos.
Se sentó en el piso con la cabeza gacha. Ni atinó a mirarme.
-Yo, yo, - quería hablar y no podía. - Yo negro, soy un pelotudo- le dije finalmente y me senté a su lado.

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