lunes, 11 de julio de 2011

Un poco de nada/44


“Hoy continué domesticando la razón
llena de asombro ante el día sucedido” – Canto Arena - Silvio Rodríguez-

En el silencio de la noche recibí un desafío y mi cabeza, como pocas veces, echó a volar. Domestiqué la razón, como canta Silvio. Y en la necesidad de contar empecé a pensar. Y las vueltas de la mente me llevaron, sin quererlo, a pensar en hormigas. Pensé en su constancia, en la significancia de todo lo que hacen. En verdad, en todo lo que realizan, en su capacidad de reponerse ante la adversidad. En la posibilidad de aceptarse como uno de los seres más insignificantes del mundo animal, de los más desprotegido. Y en eso andaba cuando no pude evitar acordarme de varios y varias. Y de una en particular. Que parece insignificante. En verdad, para ser justos, así se cree ella. Así se piensa, se sueña y seguramente también se imagina. Suele tener la costumbre de no creerse demasiado para nada ni para nadie. Sin embargo, a pesar de este sentimiento, de creerse una hormiga en medio de un parque transitado. Un parque cargado de pies con zapatos duros, es decir, cargado de asesino seriales y, encima, para colmo de males, con una carga en su espalda. En este caso, a diferencia de la hormiga, una carga para nada circunstancial, sino producto de su historia, de su gen quizás, de lo que es. Eso que la obliga a buscar una hojita perdida en medio del parque para el bien de toda una colonia. Y de tener que sortear un peligro tras otro. A pesar de eso y más, lo hace. Porque en definitiva, eso es lo que la define. Eso la hace hormiga y no otra cosa. Y sabe ella, que bien vale el peligro, que bien vale ese dolor y, en su caso, quizás hasta morir, para no tener que dejar de ser. Para no perder la esencia, que es lo único que nos acompaña al cerrar los ojos, cuando nadie ni nada queda a nuestro lado. Bien vale, entonces, el dolor. Y ella, contenta. Si, contenta, porque su maravillosa filosofía reza que si hay algo que tenemos que hacer, aunque no nos guste, para qué hacerlo tristes, si de todos modos lo vamos a hacer.
Entonces, contenta, sale a que la golpeen. Sabiendo que es así. Que le toca. Y que a pesar de esos golpes seguirá yendo, porque ella es así, y no tiene que cambiar porque otros quizás no crean lo mismo, o porque otros no sepan ver, que ella está orgullosa de ser hormiga, porque a pesar de ser chica, de ser débil, de ser sencilla, ella resiste. Y es, sobre todo, solidaria. Y solidaria con los demás, pero fundamentalmente con ella. Porque así, haciendo lo que le toca, lo que siente, lo que su peligroso mandato le dicta, desde ese corazón desconocido, se está haciendo el bien. Aunque a veces le cueste verlo. Se está haciendo el bien porque está evitando la peor de las muertes. La única muerte evitable. La de perderse. La de dejar de ser uno, para cuidarse del resto.
Y para poder irse a dormir, cuando no queda nada ni nadie a su lado, y soñar que todo puede cambiar, y que mañana ya nadie la querrá pisar, sin tener que haber dejado de ser hormiga.
Es que simplemente quiere eso, poder seguir siendo hormiga, sin que nadie la quiera pisar.

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